Crónica de un despido anunciado
Después de entretenerme en nuestra empresa más de 32 años de los 47 que llevo dando tumbos por la vida, un día soleado de Julio a las once de la mañana me llamó por teléfono un jovencito recién llegado desde el país transalpino, donde le habían formado o deformado, ¡vete a saber!, en el sutil arte de gestionar los recursos humanos; aunque creo, por lo que he oído, que ya debía venir bien formado de otra empresa llamada Termomix. Yo tengo una máquina con ese nombre y os puedo garantizar que calienta, tritura y mezcla a las mil maravillas.
Alvarito, que así se llamaba este mozalbete, me requería por teléfono para que me presentara en su despacho, ese despacho de la planta noble donde, previamente y por orden de otro imberbe, habían hecho construir un “WC” no hacía mucho tiempo. Allí se encontraba él, serio, impertérrito, de pie a setenta y cinco centímetros de la mesa redonda de uno diez y formica marrón, que hacía las veces de mesa de reuniones, manteniendo las distancias cuál avezado púgil en medio de un combate más.
-¿Soy uno de los trece no? -le pregunté...